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  • Foto del escritorLuis Alejandro Rodríguez Castillo

Los Coronavirus del Alma

Actualizado: 3 oct 2020


De la misma manera que nuestro cuerpo físico expuesto a agentes infecciosos como los coronavirus es susceptible a la enfermedad; nuestra alma, al entrar en contacto con agentes nocivos, también puede enfermarse.


Desde los filósofos en la antigua Grecia hasta los actuales, la independencia entre el alma y el cuerpo ha sido un tema de disertación para ellos. Por otra parte, disciplinas modernas como la psiconeuroinmunología han estudiado las relaciones entre los sentimientos y el origen de algunas enfermedades.


Independiente del grado de relaciones y conexiones que existan entre el cuerpo y el alma, en este artículo, quiero destacar las similitudes presentes en los “procesos patológicos” de ambas entidades.


La enfermedad es un proceso en el cual la fisiología normal del cuerpo está alterada. Este mal funcionamiento o fisiopatología condiciona, dependiendo de la enfermedad, la aparición de los signos y síntomas que la caracterizan. Los síntomas, son los que la persona refiere que siente; y los signos son aquellos que se puede evidenciar a través de los exámenes médicos. En la anemia, por ejemplo, unos síntomas podrían ser la debilidad y los mareos, esos son los que el paciente dice sentir; por otra parte, como signo podríamos tener la palidez evidenciada en el examen clínico.


En las enfermedades del alma ocurre algo similar. Alguien puede referir que se siente triste, pero para quienes lo rodean, ese “síntoma” se evidenciará a través de unos “signos” que estarán dados por su comportamiento: “María se la pasa todo el día en su cuarto”, “no viene a comer”, “llora todo el tiempo”…


Los signos y síntomas de una enfermedad se modifican de acuerdo a la evolución de la misma, pudiendo incrementarse, atenuarse, desaparecer o acompañarse de la aparición de unos nuevos. La fiebre en el sarampión es leve a moderada en la primera etapa, después durante la aparición de otro signo como la erupción cutánea, esa fiebre se intensifica.


De manera semejante, los signos y síntomas de las enfermedades del alma, también sufren transformaciones… “María ya sale del cuarto, pero ahora dice que odia a ese hombre y que se va a vengar”


La evolución de una enfermedad depende de un tratamiento efectivo y de la prevención de complicaciones. La terapia para algunos tipos de alteraciones hematológicas requiere de un trasplante de médula ósea. En muchas oportunidades para que este procedimiento sea exitoso, se requiere inmunosuprimir al paciente, es decir: “disminuir sus defensas” de manera controlada para evitar el riesgo de rechazo al trasplante. Durante esta fase existe un alto riesgo para el desarrollo de infecciones, razón por la cual el paciente es aislado de cualquier fuente de gérmenes que pudiesen infectarlo.


Las enfermedades del alma a veces pasan por procesos similares: “María… tu amiga Julia vino a verte” Julia, que tiene un método “bastante particular” para reconfortar y animar a María, le dice: “Ya me enteré de lo que te hizo ese hombre… es un patán. Pero no dejes eso así, tienes que hacer que lo pague de alguna manera, ¡hazlo sufrir!”. Julia —con o sin intención— contaminó el alma de María, y la tristeza que tenía ahora se acompaña de odio y deseo de venganza.


Un punto muy importante lo constituyen las enfermedades crónicas, que van de manera progresiva dañando otros órganos y sistemas. En la diabetes, la retina es uno de los tejidos más perjudicados, de hecho la diabetes es una de las principales causa de ceguera. Las enfermedades crónicas del alma también son capaces de perjudicar, en su caso, otros sentimientos. No importa cuántos elementos generadores de confianza o indicadores de esperanza existan, un alma enferma de pesimismo nunca va a poder percibirlas; igual que alguien con pérdida de la visión a causa de la diabetes no va a comenzar a ver porque se aumente la iluminación.


Nuestro sistema de defensa en la infancia es inmaduro. Durante los primeros meses podemos enfrentar con éxito muchas amenazas gracias a las “defensas heredadas”, las que cruzaron la barrera placentaria, y de otras que recibimos a través de la lactancia materna. Nuestra alma también podríamos considerarla inmadura en su primera etapa. Los principios y valores que veamos en ella serán fundamentales para protegernos y no “desarrollar enfermedades”. Distinguir el bien del mal; lo justo de lo injusto; la verdad de la mentira… Si mi hijo regresa a casa, viene del colegio, trae consigo un juguete o un libro que no es suyo, y no me tomo el tiempo para averiguar, hablar con él y corregir… ¿Tendría que sorprenderme por qué veinte años después, él robe a su hermano para obtener dinero para drogas? “La enfermedad” no la adquirió ahora sino veinte años antes; al no ser tratada en su momento como una enfermedad aguda, se transformó en una crónica afectando muchas cosas más.


Al igual que nuestro cuerpo se expone todos los días al ataque de una variedad de gérmenes, nuestra alma entra en contacto con “agentes nocivos” capaces de provocar una enfermedad en ella. Las redes sociales y los grupos de Whatsapp se han convertido en importantes vehículos de transmisión. Para darnos cuenta de esto, solo basta que revisemos los mensajes recibidos a través de esos medios y veremos que es muy difícil que transcurran veinticuatro horas sin que aparezca algún mensaje relacionado con odio, desesperanza, frustración, pesimismo… El buen estado de salud de nuestro cuerpo y alma es el que nos permite poder enfrentar la amenaza de las infecciones y la enfermedad.


La pandemia del COVID-19 ha demostrado que en general somos capaces de seguir hábitos, planes y programas de protección, para prevenir y controlar la enfermedad. Ante el crecimiento día a día de la desinformación, mentiras, fake news, rumores mal intencionados y toda clase de malos sentimientos… es importante que el mismo grado de concientización que hemos adquirido para proteger nuestro cuerpo físico, lo desarrollemos para proteger nuestra alma.

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