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  • Foto del escritorLuis Alejandro Rodríguez Castillo

Mi "colega" el brujo. Una historia real de cooperación



Hace unos cuantos años ya, sin celular ni computadora, con televisión en blanco y negro sin control remoto y muy contadas líneas de teléfonos fijos, ejerciendo como médico rural en una población cercana a la ciudad de Maracay en el estado Aragua de Venezuela, comencé a recibir pacientes que venían referidos y portando una nota firmada por alguien que solo se identificaba como Julián.

Las notas estaban escritas con una caligrafía y ortografía impecables, el lenguaje y la terminología que empleaba para describir la condición y problemas del portador de la nota, no era médica.

Nunca presentaban los signos o síntomas, pero sí reflejaban una sospecha del diagnóstico.

“𝘏𝘰𝘭𝘢 𝘋𝘰𝘤𝘵𝘰𝘳, 𝘭𝘦 𝘦𝘯𝘷í𝘰 𝘢𝘭 𝘴𝘦ñ𝘰𝘳 𝘙𝘢𝘮ó𝘯 𝘱𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘺𝘰 𝘤𝘳𝘦𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘱𝘳𝘰𝘣𝘭𝘦𝘮𝘢𝘴 𝘥𝘦 𝘢𝘻ú𝘤𝘢𝘳” 𝘰 “𝘏𝘰𝘭𝘢 𝘋𝘰𝘤𝘵𝘰𝘳, 𝘭𝘦 𝘦𝘯𝘷í𝘰 𝘢 𝘭𝘢 𝘴𝘦ñ𝘰𝘳𝘢 𝘓𝘶𝘤𝘳𝘦𝘤𝘪𝘢 𝘤𝘰𝘯 𝘴𝘶 𝘩𝘪𝘫𝘰 𝘎𝘶𝘴𝘵𝘢𝘷𝘰, 𝘺𝘰 𝘤𝘳𝘦𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘭 𝘯𝘪ñ𝘰 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘱𝘳𝘰𝘣𝘭𝘦𝘮𝘢𝘴 𝘥𝘦 𝘢𝘱é𝘯𝘥𝘪𝘤𝘦”. Los “pacientes de Julián” venían no solo de la misma población en la que yo ejercía, también provenían de otros pueblos y caseríos cercanos. Después supe que él habitaba en uno de ellos.


¿Quién es Julián? preguntaba yo a los pacientes que venían referidos. La respuesta estaba siempre acompañada de una expresión y tono de sorpresa ―después entendí que eso era por preguntar sobre algo tan “obvio” en la región― “¿𝗤𝘂𝗶é𝗻 𝘃𝗮 𝗮 𝘀𝗲𝗿 𝗗𝗼𝗰𝘁𝗼𝗿?... ¡𝗘𝗟 𝗕𝗿𝘂𝗷𝗼!”


Recordé mis clases de medicina preventiva y social; de las realidades del entorno que enfrentaban los pacientes en el medio rural; de lo difícil que era a veces luchar contra la ignorancia, supersticiones y creencias populares para implantar una “medicina científica” en esos medios.


También recordé anécdotas y consejos de mis maestros sobre esas realidades; como el caso de un colega que trató de “levantar” al pueblo en contra del brujo de la localidad, y a los pocos días de su iniciativa, tuvieron que sacarlo escondido dentro de un ataúd, porque el brujo ―al conocer las intenciones del médico―, había puesto a gran parte del pueblo en contra del doctor. Lo estaban buscando para lincharlo.


Pero mi situación era muy distinta, Julián no estaba haciendo nada malo, no estaba dañando a nadie, de hecho, los estaba ayudando. Las “impresiones diagnósticas” de Julián eran bastante acertadas. Que no manejara la terminología médica me indicaba que él no había tenido contacto con ninguna carrea de formación en ciencias de la salud, pero lo que si era innegable, es que debía ser una persona que se informaba mucho sobre los temas relacionados, o de alguna manera esos conocimientos habían llegado a él.


Gracias a las referencias de Julián pude tratar muchos casos de enfermedades infecciosas y parasitosis; poner en control a muchos diabéticos, hipertensos y mujeres embarazadas; iniciar los programas de vacunación de muchos niños… Seguramente ninguno de esos casos hubiese llegado a la consulta médica de no haber sido por Julián. Él estaba haciendo un gran trabajo por la salud de la comunidad.


Pero entonces… ¿Qué hacía Julián como Brujo? Me preguntaba yo; porque definitivamente no era nada usual que “un brujo” enviase sus clientes a un médico. Esto sería como reconocer que él no tenía “tanto poder”.

Investigando con sus “pacientes”, me enteré de que en las visitas a la casa de Julián tenían las “actividades clásicas” que hemos conocido o nos han referido: prescripción de sahumerios, baños, velas, rezos, despojos, infusiones… acompañados de largas conversaciones con él.


La realidad era que los “pacientes de Julián” se sentían bien, denotaban una paz y tranquilidad poco común. Además, cumplían sus tratamientos médicos, citas y controles de una manera más disciplinada y eficiente que el grueso de la población que acudía a consulta, y no tenían ninguna relación con él. Ellos, los pacientes del Brujo, sanaban más rápido. Definitivamente El Brujo Julián, era un gran “terapeuta”.


Aunque pasé más de un año en el pueblo, nunca tuve el gusto de conocer a Julián personalmente. Él nunca abandonaba su caserío. A través de sus pacientes alcancé a tener unas breves reseñas de él. Lo describían como una persona mayor, de unos setenta años, moreno, alto, delgado y con barba. Siempre atendía con una bata de colores claros que le llegaba hasta los tobillos. No usaba zapatos y andaba siempre descalzo. Transmitía mucha serenidad.


A pesar de no conocerlo, después de pocas semanas teníamos una buena “conexión” hasta el punto de que los encabezados de las referencias ahora comenzaban así… “𝗛𝗼𝗹𝗮 𝗗𝗼𝗰𝘁𝗼𝗿 𝗟𝘂𝗶𝘀…”

Lo cierto es que al poco tiempo ―aunque sé que esto nunca hubiese sido aprobado por mis maestros de medicina― comenzaron a aparecer referencias en el otro sentido, referencias como esta… “𝘏𝘰𝘭𝘢 𝘚𝘦ñ𝘰𝘳 𝘑𝘶𝘭𝘪á𝘯. 𝘓𝘦 𝘦𝘯𝘷í𝘰 𝘢 𝘭𝘢 𝘴𝘦ñ𝘰𝘳𝘢 𝘌𝘴𝘵𝘦𝘭𝘢, 𝘦𝘭𝘭𝘢 𝘦𝘴 𝘩𝘪𝘱𝘦𝘳𝘵𝘦𝘯𝘴𝘢 𝘺 𝘭𝘢 𝘵𝘦𝘯𝘨𝘰 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘰𝘭𝘢𝘥𝘢 𝘤𝘰𝘯 𝘮𝘦𝘥𝘪𝘤𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰𝘴. 𝘌𝘭 𝘱𝘳𝘰𝘣𝘭𝘦𝘮𝘢 𝘦𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘭𝘭𝘢 𝘦𝘴𝘵á 𝘮𝘶𝘺 𝘢𝘯𝘨𝘶𝘴𝘵𝘪𝘢𝘥𝘢 𝘱𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘶 𝘩𝘪𝘫𝘰 𝘮𝘢𝘺𝘰𝘳 𝘴𝘦 𝘭𝘰 𝘭𝘭𝘦𝘷𝘢𝘳𝘰𝘯 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘤𝘶𝘮𝘱𝘭𝘪𝘳 𝘦𝘭 𝘴𝘦𝘳𝘷𝘪𝘤𝘪𝘰 𝘮𝘪𝘭𝘪𝘵𝘢𝘳, 𝘺 𝘦𝘭 𝘮𝘦𝘯𝘰𝘳, 𝘩𝘢 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘥𝘰 𝘪𝘯𝘷𝘰𝘭𝘶𝘤𝘳𝘢𝘥𝘰 𝘤𝘰𝘯 𝘤𝘪𝘦𝘳𝘵𝘢𝘴 𝘢𝘤𝘵𝘪𝘷𝘪𝘥𝘢𝘥𝘦𝘴 𝘪𝘭í𝘤𝘪𝘵𝘢𝘴. 𝘓𝘢 𝘴𝘦ñ𝘰𝘳𝘢 𝘱𝘪𝘦𝘯𝘴𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘢𝘭𝘨𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘦𝘴𝘵á 𝘥𝘦𝘴𝘦𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘦𝘭 𝘮𝘢𝘭 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘴𝘶 𝘧𝘢𝘮𝘪𝘭𝘪𝘢. 𝘎𝘳𝘢𝘤𝘪𝘢𝘴 𝘱𝘰𝘳 𝘴𝘶 𝘢𝘺𝘶𝘥𝘢. 𝘋𝘳. 𝘓𝘶𝘪𝘴 𝘈𝘭𝘦𝘫𝘢𝘯𝘥𝘳𝘰 𝘙𝘰𝘥𝘳í𝘨𝘶𝘦𝘻”.

Nunca nos conocimos, pero creo que Julián y yo hicimos un gran equipo.




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